Leon Trotsky , Diego
Rivera y André Breton (de izq. a der)
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sábado, 21 de agosto de 2010
León Trotsky
A 70 años de su asesinato
El caso León Trotsky
Nueva publicación inédita en castellano
Presentación de su nieto, Esteban Volkov
Entre 1936 y 1938 se realizaron en la
URSS los Procesos de Moscú, una serie de juicios que subieron al cadalso a la
plana mayor de quienes habían dirigido la Revolución Rusa de 1917, bajo
acusaciones por actividades contrarrevolucionarias en alianza con el nazismo.
El principal acusado era León Trotsky. Este libro recoge su testimonio y la
evidencia documental presentada para probar su inocencia ante una comisión
independiente convocada para defender su honor revolucionario. Dicha comisión
fue presidida por el filósofo norteamericano John Dewey, en México en 1937.
Además de demostrar la falsedad de los cargos que el estalinismo utilizó para
justificar los Procesos de Moscú, Trotsky expuso como evidencia el real
enfrentamiento que existía entre el período de democracia soviética y el
régimen impuesto por la burocracia, entre las tradiciones de Lenin y las de
Stalin; los grandes debates del Partido bolchevique, su historia y preparación,
y su continuidad en el combate de la Oposición de Izquierda y la IV Internacional.
La edición de este libro es producto del trabajo de un equipo de militantes del
Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky”, formado por
traductores, editores, y estudiosos especializados en la obra del
revolucionario ruso, y forma parte de la colección CEIP León Trotsky de
Ediciones IPS.
Manifiesto por un arte revolucionario independiente
André Breton, Leon Trotsky y Diego
Rivera
Puede afirmarse sin exageración, que
nunca como hoy nuestra civilización ha estado amenazada por tantos peligros.
Los vándalos, usando sus medios bárbaros, es decir, extremadamente precarios,
destruyeron la antigua civilización en un sector de Europa. En la actualidad,
toda la civilización mundial, en la unidad de su destino histórico, es la que
se tambalea bajo la amenaza de fuerzas reaccionarias armadas con toda la
técnica moderna. No aludimos tan sólo a la guerra que se avecina. Ya hoy, en
tiempos de paz, la situación de la ciencia y el arte se ha vuelto intolerable.
En aquello que de individual conserva
en su génesis, en las cualidades subjetivas que pone en acción para revelar un
hecho que signifique un enriquecimiento objetivo, un descubrimiento filosófico,
sociológico, científico o artístico, aparece como fruto de un azar precioso, es
decir, como una manifestación más o menos espontánea de la necesidad. No hay
que pasar por alto semejante aporte, ya sea desde el punto de vista del
conocimiento general (que tiende a que se amplíe la interpretación del mundo),
o bien desde el punto de vista revolucionario (que exige para llegar a la
transformación del mundo tener una idea exacta de las leyes que rigen su
movimiento). En particular, no es posible desentenderse de las condiciones
mentales en que este enriquecimiento se manifiesta, no es posible cesar la
vigilancia para que el respeto de las leyes específicas que rigen la creación
intelectual sea garantizado.
No obstante, el mundo actual nos ha
obligado a constatar la violación cada vez más generalizada de estas leyes,
violación a la que corresponde, necesariamente, un envilecimiento cada vez más
notorio, no sólo de la obra de arte, sino también de la personalidad
“artística”. El fascismo hitleriano, después de haber eliminado en Alemania a
todos los artistas en quienes se expresaba en alguna medida el amor de la
libertad, aunque esta fuese sólo una libertad formal, obligó a cuantos aún
podían sostener la pluma o el pincel a convertirse en lacayos del régimen y a
celebrarlo según órdenes y dentro de los límites exteriores del peor convencionalismo.
Dejando de lado la publicidad, lo mismo ha ocurrido en la URSS durante el
periodo de furiosa reacción que hoy llega a su apogeo.
Ni qué decir tiene que no nos
solidarizamos ni un instante, cualquiera que sea su éxito actual, con la
consigna: “Ni fascismo ni comunismo” consigna que corresponde a la naturaleza
del filisteo conservador y asustado que se aferra a los vestigios del pasado
“democrático”. El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las
variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las
necesidades íntimas del hombre y de la humanidad actuales, no puede dejar de
ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción
completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación
intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la humanidad entera
elevarse a las alturas que sólo genios solitarios habían alcanzado en el
pasado. Al mismo tiempo, reconocemos que únicamente una revolución social puede
abrir el camino a una nueva cultura. Pues si rechazamos toda la solidaridad con
la casta actualmente dirigente en la URSS es, precisamente, porque a nuestro
juicio no representa el comunismo, sino su más pérfido y peligroso enemigo.
Bajo la influencia del régimen
totalitario de la URSS, y a través de los organismos llamados organismos
“culturales” que dominan en otros países, se ha difundido en el mundo entero un
profundo crepúsculo hostil a la eclosión de cualquier especie de valor
espiritual. Crepúsculo de fango y sangre en el que, disfrazados de artistas e
intelectuales, participan hombres que hicieron del servilismo su móvil, del
abandono de sus principios un juego perverso, del falso testimonio venal un
hábito y de la apología del crimen un placer. El arte oficial de la época
estalinista refleja, con crudeza sin ejemplo en la historia, sus esfuerzos
irrisorios por disimular y enmascarar su verdadera función mercenaria.
La sorda reprobación que suscita en
el mundo artístico esta negación desvergonzada de los principios a que el arte
ha obedecido siempre y que incluso los Estados fundados en la esclavitud no se
atrevieron a negar de modo tan absoluto, debe dar lugar a una condenación
implacable. La oposición artística constituye hoy una de las fuerzas que pueden
contribuir de manera útil al desprestigio y a la ruina de los regímenes bajo
los cuales se hunde, al mismo tiempo que el derecho de la clase explotada a
aspirar a un mundo mejor, todo sentimiento de grandeza e incluso de dignidad
humana.
La revolución comunista no teme al
arte. Sabe que al final de la investigación a que puede ser sometida la
formación de la vocación artística en la sociedad capitalista que se derrumba,
la determinación de tal vocación sólo puede aparecer como resultado de una
connivencia entre el hombre y cierto número de formas sociales que le son
adversas. Esta coyuntura, en el grado de conciencia que de ella pueda adquirir,
hace del artista su aliado predispuesto. El mecanismo de sublimación que actúa
en tal caso, y que el psicoanálisis ha puesto de manifiesto, tiene como objeto
restablecer el equilibrio roto entre el “yo” coherente y sus elementos
reprimidos. Este restablecimiento se efectúa en provecho del “ideal de sí”, que
alza contra la realidad, insoportable, las potencias del mundo interior, del
sí, comunes a todos los hombres y permanentemente en proceso de expansión en el
devenir. La necesidad de expansión del espíritu no tiene más que seguir su
curso natural para ser llevada a fundirse y fortalecer en esta necesidad
primordial: la exigencia de emancipación del hombre.
En consecuencia, el arte no puede
someterse sin decaer a ninguna directiva externa y llenar dócilmente los marcos
que algunos creen poder imponerle con fines pragmáticos extremadamente cortos.
Vale más confiar en el don de prefiguración que constituye el patrimonio de
todo artista auténtico, que implica un comienzo de superación (virtual) de las
más graves contradicciones de su época y orienta el pensamiento de sus
contemporáneos hacia la urgencia de la instauración de un orden nuevo.
La idea que del escritor tenía el
joven Marx exige en nuestros días ser reafirmada vigorosamente. Está claro que
esta idea debe ser extendida, en el plano artístico y científico, a las
diversas categorías de artistas e investigadores. “El escritor – decía Marx –
debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ningún caso
debe vivir para ganar dinero… El escritor no considera en manera alguna sus
trabajos como un medio. Son fines en sí; son tan escasamente medios en sí para
él y para los demás, que en caso necesario sacrifica su propia existencia a la
existencia de aquéllos… La primera condición de la libertad de la prensa
estriba en que no es un oficio.” Nunca será más oportuno blandir esta
declaración contra quienes pretenden someter la actividad intelectual a fines
exteriores a ella misma y, despreciando todas las determinaciones históricas
que le son propias, regir, en función de presuntas razones de Estado, los temas
del arte. La libre elección de esos temas y la ausencia absoluta de restricción
en lo que respecta a su campo de exploración, constituyen para el artista un
bien que tiene derecho a reivindicar como inalienable. En materia de creación
artística, importa esencialmente que la imaginación escape a toda coacción, que
no permita con ningún pretexto que se le impongan sendas. A quienes nos inciten
a consentir, ya sea para hoy, ya sea para mañana, que el arte se someta a una
disciplina que consideramos incompatible radicalmente con sus medios, les
oponemos una negativa sin apelación y nuestra voluntad deliberada de mantener
la fórmula: toda libertad en el arte.
Reconocemos, naturalmente, al Estado
revolucionario el derecho de defenderse de la reacción burguesa, incluso cuando
se cubre con el manto de la ciencia o del arte. Pero entre esas medidas
impuestas y transitorias de autodefensa revolucionaria y la pretensión de
ejercer una dirección sobre la creación intelectual de la sociedad, media un
abismo. Si para desarrollar las fuerzas productivas materiales, la revolución tiene
que erigir un régimen socialista de plan centralizado, en lo que respecta a la
creación intelectual debe desde el mismo comienzo establecer y garantizar un
régimen anarquista de libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna
coacción, ni el menor rastro de mando! Las diversas asociaciones de hombres de
ciencia y los grupos colectivos de artistas se dedicarán a resolver tareas que
nunca habrán sido tan grandiosas, pueden surgir y desplegar un trabajo fecundo
fundado únicamente en una libre amistad creadora, sin la menor coacción
exterior.
De cuanto se ha dicho, se deduce
claramente que al defender la libertad de la creación, no pretendemos en manera
alguna justificar la indiferencia política y que está lejos de nuestro ánimo
querer resucitar un pretendido arte “puro” que ordinariamente está al servicio
de los más impuros fines de la reacción. No; tenemos una idea muy elevada de la
función del arte para rehusarle una influencia sobre el destino de la sociedad.
Consideramos que la suprema tarea del arte en nuestra época es participar
consciente y activamente en la preparación de la revolución. Sin embargo, el
artista sólo puede servir a la lucha emancipadora cuando está penetrado de su
contenido social e individual, cuando ha asimilado el sentido y el drama en sus
nervios, cuando busca encarnar artísticamente su mundo interior.
En el periodo actual, caracterizado
por la agonía del capitalismo, tanto democrático como fascista, el artista,
aunque no tenga necesidad de dar a su disidencia social una forma manifiesta,
se ve amenazado con la privación del derecho de vivirla y continuar su obra, a
causa del acceso imposible de ésta a los medios de difusión. Es natural,
entonces, que se vuelva hacia las organizaciones estalinistas, que le ofrecen
la posibilidad de escapar a su aislamiento. Pero su renuncia a cuanto puede
constituir su propio mensaje y las complacencias terriblemente degradantes que
esas organizaciones exigen de él, a cambio de ciertas ventajas materiales, le
prohíben permanecer en ellas, por poco que la desmoralización se manifieste
impotente para destruir su carácter. Es necesario, a partir de este instante,
que comprenda que su lugar está en otra parte, no entre quienes traicionan la
causa de la revolución al mismo tiempo, necesariamente, que la causa del
hombre, sino entre quienes demuestran su fidelidad inquebrantable a los
principios de esa revolución, entre quienes, por ese hecho, siguen siendo los
únicos capaces de ayudarla a consumarse y garantizar por ella la libre
expresión de todas las formas del genio humano.
La finalidad de este manifiesto es
hallar un terreno en el que reunirá los mantenedores revolucionarios del arte,
para servir la revolución con los métodos del arte y defender la libertad del
arte contra los usurpadores de la revolución. Estamos profundamente convencidos
de que el encuentro en ese terreno es posible para los representantes de
tendencias estéticas, filosóficas y políticas, aun un tanto divergentes. Los
marxistas pueden marchar ahí de la mano con los anarquistas, a condición de que
unos y otros rompan implacablemente con el espíritu policiaco reaccionario,
esté representado por José Stalin o por su vasallo García Oliver [1].
Miles y miles de artistas y
pensadores aislados, cuyas voces son ahogadas por el odioso tumulto de los
falsificadores regimentados, están actualmente dispersos por el mundo.
Numerosas revistas locales intentan agrupar en torno suyo a fuerzas jóvenes,
que buscan nuevos caminos y no subsidios. Toda tendencia progresiva en arte es
acusada por el fascismo de degeneración. Toda creación libre es declarada
fascista por los estalinistas. El arte revolucionario independiente debe unirse
para luchar contra las persecuciones reaccionarias y proclamar altamente su
derecho a la existencia. Un agrupamiento de estas características es el fin de
la Federación internacional del Arte Revolucionario independiente (FIARI), cuya
creación juzgamos necesaria.
No tenemos intención alguna de
imponer todas las ideas contenidas en este llamamiento, que consideramos un primer
paso en el nuevo camino. A todos los representantes del arte, a todos sus
amigos y defensores que no pueden dejar de comprender la necesidad del presente
llamamiento, les pedimos que alcen la voz inmediatamente. Dirigimos el mismo
llamamiento a todas las publicaciones independientes de izquierda que estén
dispuestas a tomar parte en la creación de la Federación internacional y en el
examen de las tareas y de los métodos de acción. Cuando se haya establecido el
primer contacto internacional por la prensa y la correspondencia, procederemos
a la organización de modestos congresos locales y nacionales. En la etapa
siguiente deberá reunirse un congreso mundial que consagrará oficialmente la
fundación de la Federación internacional.
He aquí lo que queremos:
La independencia del arte – por la
revolución
La revolución – por la liberación
definitiva del arte.
André Breton, Diego Rivera [2]
México, 25 de julio de 1938
[1] García Oliver, anarquista
español, perteneció al grupo de acción española, contribuyó a organizar las
milicias obreras catalanas y de Durruti y militó en la CNT y en la FAI. Durante
la guerra civil adoptó la política del Frente Popular, aceptando el Ministerio
de Justicia en el gabinete de Largo Caballero.
[2] Aunque publicado con estas dos
firmas, el manifiesto fue redactado de hecho por León Trotski y André Breton.
Por razones tácticas, Trotsky pidió que la firma de Diego Rivera sustituyese a
la suya.
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