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martes, 11 de mayo de 2010

RAFAEL LAJMANOVICH

Es biólogo del CONICET y especialista en agroquímicos, alertó sobre las consecuencias del modelo agropecuario, confirmó los efectos nocivos en los anfibios, llamó la atención sobre la falta de estudios en humanos, echó sospechas por la falta de información en la sociedad, denunció la primacía de la rentabilidad por sobre el ambiente y nuestra salud. Aportó una mirada crítica al accionar del mundo académico y científico.

“Rafael Lajmanovich, es investigador del Conicet, doctor en ciencias naturales, profesor titular de eco-toxicología en la Universidad Nacional del Litoral (UNL). Desde hace trece años investiga los efectos de los químicos agrarios y cuenta con 85 publicaciones científicas. Su equipo de trabajo lo conforman Paola Peltzer (doctora en ciencias naturales), Andrés Attademo (doctor en biología), Mariana Cabagna (bioquímica), Celina Junges (licenciada en saneamiento ambiental), Laura Sánchez (bióloga), Clarisa Bionda (licenciada en biología) y Agustín Bassó (estudiante de biodiversidad).
En una entrevista realizada por Darío Aranda (*) declara que “los ejemplos que demuestran que los agroquímicos se utilizan en forma indebida son abrumadores, con mortalidad de fauna, casos de intoxicaciones humanas y demás.”
Cuenta que “en la última década los ambientes naturales se alteraron, las relaciones que había en especies de fauna comenzaron a cambiar, algunas desaparecieron, otras que no estaban en gran cantidad comenzaron a ser especies dominantes y se perdió la relación en el funcionamiento del ecosistema.”
En el caso de anfibios se confirmaron casos de malformaciones y “se ha comprobado su relación con los agro-ecosistemas, fundamentalmente con el uso de algunos químicos. Nuestro grupo de trabajo- dice- ha podido observar a lo largo de años un notable incremento en la frecuencia y en los casos de malformaciones, siempre en relación con las áreas cultivadas.
Este incremento, debe interpretarse “como un indicador importante del grado de afectación de las actividades antrópicas (humanas) sobre las poblaciones de anfibios. Los resultados expuestos marcan una clara tendencia que relaciona sitios con intenso uso de agroquímicos y hábitat alterados con la mayor proporción en los tipos y casos de malformaciones.
Es muy difícil determinar exactamente cuál es el verdadero impacto de los agroquímicos en el medioambiente y en especial en los animales. Tampoco conviene separar ambiente por un lado, animales por otro y el hombre aparte. Los impactos suelen ser integrales y en muchos casos las derivaciones de estos suelen verse después de varias generaciones.”
Recuerda como ejemplo anterior que desde la década del 30 comenzó a utilizarse el DDT, contra los mosquitos y la malaria, en forma masiva. Luego se comenzó a ver que ocasionaba “problemas reproductivos, había residuos hasta en casquetes polares, llegaba a estar en la leche de los seres humanos. Causó múltiples inconvenientes” por lo que se prohibió finalmente, aunque sus residuos siguen presentes en el ecosistema. Aclara que los químicos que se usan actualmente pueden parecer ambientalmente amigables según las certificaciones, pero “hay muchos ejemplos como para pensar que hay muchas cosas que están sucediendo en este momento a nivel molecular, poblacional, y podremos ver sus consecuencias dentro de cuatro o cinco generaciones.”
Señala que es muy difícil que se pueda controlar que los agroquímicos no lleguen al agua por la masividad de su uso y el manejo totalmente indebido e irresponsable: “decir que se trata sólo de mal uso puede ser una forma empresarial de desligar responsabilidades. Hay demasiados productos químicos en el ambiente y tendría que tratar de reducirse o reemplazarse por otras alternativas. Volviendo al caso de los anfibios, la mayoría de los productos utilizados en forma masiva, por ejemplo cipermetrina, glifosato, endosulfán, está claro que no deben ser esparcidos cerca de un cuerpo de agua. Son todas sustancias sumamente peligrosas.”
En lo que se refiere exclusivamente al monocultivo de la SOJA, Lajmanovich señala que “es imposible controlar 19 de millones de hectáreas sembradas (dos tercios de la superficie cultivable en el país).
Para abordar integralmente el aspecto ambiental y sanitario de lo que implica el uso masivo de agroquímicos habría que tener mucho más manejo de la información, y bajar esa información a la sociedad. Así el ciudadano de a pie estará consciente de la cantidad de químicos que hay en los campos y en los alimentos. Eso podría provocar cierta presión social sobre el uso masivo de agroquímicos. Tendría que haber legislación más dura, y que se cumpla, y que los productos OGM (Organismos Modificados Genéticamente, transgénicos).estén catalogados en sus envases, como en Europa.
No se difunde información sobre agroquímicos para no asustar a la gente –agrega-. Hay que tener presente que, aun cuando se realice un buen manejo, pueden producir efectos nocivos y no tenemos que olvidar que los agroquímicos, en especial los plaguicidas, son sustancias químicas diseñadas para matar, lamentablemente no muy selectivas, que no distinguen grupos biológicos. En otro orden, pero vinculado con la misma lógica, como sucede con el tema de los combustibles fósiles, si bien existen alternativas a su uso, no se ve que en un plazo mediano esto ocurra, lo mismo pasa con los agroquímicos más peligrosos, ya que existen intereses económicos que sobrepasan todo razonamiento.”
Las empresas que producen los agroquímicos son las que venden la semilla, y logran un circuito de comercialización que constituye un círculo vicioso en el que lo que más interesa es seguir vendiendo. “Es un claro interés económico que se impone sobre el cuidado del ambiente, de la fauna, de las generaciones futuras. El modelo actual está basado en esta utilización de agroquímicos para grandes cosechas. Es descabellado pensar que se puede parar de golpe, por más que creo que se debiera hacer. Pero se puede alertar y tratar de que este modelo productivo no nos trague, como nos está tragando.
En Argentina no hay trabajos sobre el impacto en humanos. Requiere mucho tiempo, trabajo, esfuerzo y recursos. Se estudia más la fauna silvestre. Hay una desproporción grande entre cantidad de agroquímicos e investigación sobre sus consecuencias. No son temas prioritarios, de agenda científica, quizá porque están más preocupados en la mayor producción, se piensa más en producir que en conservar recursos naturales. Es claro que siempre la ciencia legitima los modelos productivos, con estudios o con el silencio. En el caso del modelo agropecuario hay mucho silencio.”
Para finalizar señala que no lo han consultado por el fallo de San Jorge y de que no estaba al tanto de la intervención de la UNL. Aclara que “cualquier universidad nacional tiene el potencial humano para avanzar con esos estudios, que diluciden el costo social y sanitario del modelo productivo actual. Luego están los intereses que pueda tener cada institución. Las universidades tienen un compromiso con la sociedad y debieran ponerse al frente de todo este tipo de estudios.”
Con respecto a la reversión de prueba que implica este fallo opina que “hay que aplicar el principio precautorio. Más que probar que produce efecto nocivo, hay que probar que no produce efecto nocivo. Sobre todo con sustancias que están pensadas para matar, como los agroquímicos. Por último añade que en esto la observación de la gente local es clave. “Y es un grave error subestimar las alertas que dan los lugareños, ellos son rehenes de un modelo productivo poco sustentable y debieran ser el primer llamado de atención para productores, políticos y científicos.”
(*)D.A. del diario Página 12 / 10 de mayo de 2010

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