sábado, 1 de mayo de 2010
*por Carlos Solero
El silencio y la furia
Los mismos que durante cuatro décadas sostuvieron la infame tiranía de Francisco Franco en España más de tres décadas que parece estar durando la mentada “transición” pretenden que se siga guardando silencio. Como la Bernarda Alba de la obra de Federico García Lorca, también asesinado por los falangistas, los verdugos y sus cómplices buscan la eterna persistencia del luto y el dolor.
A la cruenta guerra civil, iniciada con el levantamiento de 1936, le siguió una no menos cruenta post guerra contra el pueblo ibérico, persecuciones, delaciones, censura férrea, encarcelamientos y torturas. Cotidianos escarnios de todo tipo, prohibición del uso del idioma como el euskera en Euzkadi, el catalán, el gallego, etc. Las brutales hambrunas, las apropiaciones de niños y una exigencia permanente de tributo y humillación a los vencidos. La espada y la cruz, el yugo y las flechas impuestos y lanzados por doquier.
Por más que lo intenten no podrán frenar los reclamos de justicia.
¿Acaso hay que olvidar por decreto las masacres perpetradas por el caudillo como la de los abogados laboralistas de la calle de Atocha, el asesinato de los obreros ácratas Delgado y Granados, la ejecución de Salvador Puig Antich en el garrote vil? No es posible olvidar.
Aquí, allá y en toda latitud. No debemos olvidar.
Historias de la sal
Latinoamérica ha sido y es un continente pródigo en la emergencia de narradores singulares. Magistrales cronistas de las luchas y desventuras de multitudes solitarias en pugna con paisajes hostiles y casi siempre padeciendo el escarnio de la explotación capitalista.
Nacido en Talca (Chile) en 1950, Hernán Rivera Letelier ha transitado desde niño las alturas de Atacama, conoce la desolación y el dolor de los habitantes de esta región salitrera, ha trabajado en las diversas oficinas extractoras del cloruro de sodio y también de modo impiadoso y cruel de la plusvalía.
Básicamente de formación autodidacta, el escritor pampino describe y refleja en sus novelas a seres marginales como las trabajadoras sexuales de las oficinas salitreras de Algorta y otros poblados.
La irrupción de Rivera Letelier en la literatura latinoamericana con “La reina Isabel cantaba rancheras” y “El himno del ángel parado en una pata”, significa la aparición de un estilo personalísimo de contar historias sepultadas.
Cabe destacar que la novela “Santa María de de las rosas negras”, relata la heroica epopeya de la huelga obrera de 1907 que acabó con una matanza de tres mil personas en la escuela del poblado. La cantata de Santa María de Iquique, fue un himno en los agitados años setenta, entonado con fervor en calles y peñas de diversas latitudes.
Ahora Hernán Rivera Letelier ha recibido el premio Alfaguara por su reciente novela que narra la historia de un predicador mesiánico, trashumante y redentor de los humillados y ofendidos, una especie de Jesús andino que preanuncia un futuro de justicia. Los jurados, entre otros, Manuel Vicent y Roncagliolo han destacado los méritos de Rivera Letelier, la autenticidad de su estilo y la potencia de sus palabras.
Historias de la sal en las alturas, de mujeres y hombres que cada día desafían la desdicha sin doblegarse con la frente en alto, sus rostros curtidos y sus brazos solidarios como aquellos del Iquique insurrecto.
Almas vivas
Uno de los debates más insólitos y cruentos durante la conquista de América, consistía en discutir si los indios, habitantes originarios de estas tierras tenían alma y por tanto entidad humana. Si tenían alma conclusión a la que arribaron los doctos eclesiales de la época, asociados a la Corona de Castilla, esto implicaba que debían tributar con trabajo, esfuerzo, sacrificios y demás penurias. Encomienda, mita, yanaconazgo y otras instituciones además de la esclavitud, diezmaron poblaciones por miles. El comercio de esclavos desde África hacia estas colonias fue una de las bases de la acumulación originaria de capital para algunas familias que aún siguen detentando el poder económico y político. Es decir, que el amasijo de capitales no sólo contenía doblones plateados y dorado sino también mucho barro y sangre.
Trescientos cincuenta años de existencia como territorio poblado por personas y muchos otros seres vivos parecen no alcanzar para convencer a las autoridades de Andalgalá (Catamarca) que la minería acabará con la vida. La decisión de conceder para la explotación minera tierras que abarca ciudades enteras, de las que sus habitantes deberán migrar forzadamente, además de padecer los males producidos por la actividad contaminante debe despertar las conciencias y las acciones de todos.
En la provincia de Santa Fe los estragos producidos por las curtiembres y otras industrias tóxicas producen leucemia, cáncer y variada gama de enfermedades. Nada parece detener a los predadores sistemáticos de la vida.
Pero la solidaridad y la firme convicción de autodefensa popular demostrarán que los predadores, más allá de la soberbia y prepotencia de su capital, no están en presencia de “almas muertas de siervos”, sino de mujeres y hombres en movimiento, no dispuestos a claudicar en la defensa de sus derechos.
El oscuro origen de algunas cosas
Cuando en el presente a nivel global y aun a nivel regional se analiza la generalizada violencia expresada en las guerras y conflictos o al interior de los estados nación, suele soslayarse la genealogía de esas violencias. El filósofo Slavoj Zizek, lo explica con meridiana exactitud en su libro Sobre la violencia. Seis ensayos marginales.
El origen de las múltiples violencias subjetivas explícitas en la vida cotidiana, en las sociedades de diversas latitudes, tiene su origen en la perceptible y objetiva violencia que significan las estructuras fundantes del capitalismo.
Factores económicos y sociales son la base, de las ideologías, religiones y muchas otras coartadas argumentales para someter a los pueblos a la miseria, la exclusión social y lanzarlos a los insodables abismos desde hace siglos.
El racismo, la xenofobia, el chauvinismo como expresión extrema de perversos nacionalismos, buscan esconder lo evidente: las brutales desigualdades, la explotación, el sufrimiento planificado para millones en todo el mundo.
Los mismos que elaboran planes de destrucción masiva son los que muestran asombro frente a las manifestaciones de protesta popular.
Alguna vez Susan Sontag, esa lúcida y valiente mujer que alzó la voz contra crímenes como los de la guerra de Los Balcanes, poniendo cuerpo y alma en Sarajevo, aun bajo las bombas, dijo que las torturas perpetradas por las tropas estadounidenses en la prisión de Abu Garib (Irak), serían para todas las generaciones de la especie humana la expresión de la barbarie de nuestro siglo, comparable a las prácticas del nazismo.
En efecto, los bombardeos contra poblaciones civiles en Afganistán y otras latitudes siguen, ahora de la mano de Barack Obama.
Explícita violencia que no habrá camuflaje ideológico ni palabras que puedan ocultarlo, sino acciones concretas de pueblos hartos de lo que Camus llamó el homicidio friamente planificado, que sólo cesará con la rebelión solidaria de los pueblos.
*Carlos A. Solero
miembro de la APDH-Rosario
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