domingo, 12 de septiembre de 2010
CINE - MICHAEL MOORE
Michael Moore
Michael Moore (Flint, Michigan,
USA- 23 de abril de 1954), escritor y cineasta-documentalista de postura
progresista y visión crítica hacia la globalización, las grandes corporaciones,
la violencia armada en su país, la invasión estadounidense a otros países y las
políticas del gobierno de George W. Bush y sus antecesores.
Fahrenheit
9/11
Documental – 2004
Trata sobre las causas y
consecuencias de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
Hace referencia a la invasión de Irak liderada por ese país y Gran Bretaña, en
2003. Presenta los supuestos vínculos entre las familias de George W. Bush y de
Osama Bin Laden.
“Fahrenheit 451” (233ºC, que
representa la temperatura a la que arde el papel), libro escrito en 1953 por
Ray Bradbury, es aludido en el título de la película sugiriendo "la
temperatura a la que arde la libertad".
El
azote de Bush
Durante los ochos años de
gobierno Bush pocas personas públicas se han posicionado claramente en su
contra desde los primeros años. Una de ellas es Michael Moore, el escritor y
cineasta estadounidense ganador de un Oscar en 2002 por Bowling for Columbine. Se
destacan el documental Farenheit 9-11 y el libro Estúpidos
Hombres Blancos.
Algunas reseñas tratan de
presentar este libro como “una divertida sátira política” que revela, cómo el
Presidente” George Bush robó las elecciones a Al Gore bajo la sombra de una
urdida maniobra en el estado de Florida contado sólo con la ayuda de su hermano
Jef , de su primo (en la Fox) y una corte judicial favorable.
El adjetivo de “divertida” se debería
dejar en cuarentena. Si lo que sostiene Michael Moore en su libro es cierto, la
gravedad del fraude electoral, junto con los intereses que la Casa Blanca
representa en relación con la Guerra de Irak, la situación actual de los
Estados Unidos convergería hacia la vertiente más sórdida de este país. Un país
que ostentando el máximo liderazgo mundial cuarenta años después no ofrece
ninguna luz sobre casos como el asesinato del J. F. Kennedy y su hermano Bob, o
sobre muchos episodios oscuros de su política internacional, vuelve a la senda
de los oscuros intereses.
Mención especial merece el
capitulo dos, estructurado en forma de carta abierta a G.W. Bush. En el mismo
el autor deja perlas y reflexiones del calibre de:
Extracto 1:
“Bueno, eso era a finales de los ochenta. Acababas de dejar la botella
y, tras algunos años de sobriedad, tratabas de «encontrarte a ti mismo» con
ayuda de papá: una empresa petrolera por aquí, un equipo de béisbol por allí…
Yo tengo perfectamente claro que nunca tuviste la intención de ser presidente.
En uno u otro momento, todos tenemos que desempeñar un trabajo que no nos
gusta. ¿A quién no le ha pasado?”
Extracto 2:
“Iré al grano: me temo que puedas representar una amenaza para nuestra
seguridad nacional.
Quizá te parezca una aseveración temeraria, pero yo no digo estas cosas
a la ligera. No tiene nada que ver con nuestras leves desavenencias acerca de
la ejecución de gente inocente o de la conversión de Alaska en una plataforma
petrolífera.
No pongo en entredicho tu patriotismo (no se puede dejar de amar un
país que se ha portado tan bien contigo). Me refiero más bien a una serie de
comportamientos que muchos de los que te apreciamos hemos presenciado a lo largo
de los años. Algunos de estos hábitos no representan ninguna sorpresa, otros están
fuera de tu control y otros, lamentablemente, son muy comunes entre nosotros,
los estadounidenses.
Puesto que tienes al alcance de la mano El Botón que podría hacernos
saltar a todos en pedazos, y visto que tus decisiones tienen consecuencias de
gran calado para la estabilidad del mundo, me gustaría formularte tres espinosas
preguntas, y desearía que respondieses con franqueza:
1-
George,
¿eres capaz de leer y escribir como un adulto?
A mí y a muchos otros nos parece que el tuyo es, tristemente, un caso
de analfabetismo funcional. No es nada de lo que debas avergonzarte, pues estás
bien acompañado (no hay más que contar las erratas de este libro). Millones de americanos
tienen un nivel de alfabetización de cuarto de primaria. No es de extrañar que
dijeses aquello de «que ningún niño se quede atrás»; ya sabías de qué iba. Pero
déjame preguntarte esto: si te cuesta entender los complejos informes que
recibes en calidad de líder del Mundo Cuasi-Libre, ¿cómo podemos llegar a
confiarte nuestros secretos militares?
Todos los indicios de analfabetismo son evidentes, y nadie te ha desautorizado
por ello. Nos ofreciste la primera prueba cuando se te preguntó por tu libro de
la infancia preferido. La oruga hambrienta, respondiste.
2-
¿Eres un
alcohólico? En caso afirmativo, ¿cómo afecta esa condición a tus funciones como
comandante en jefe?
Tampoco aquí pretendo señalar con el
dedo, avergonzar ni faltar el respeto a nadie. El alcoholismo es un problema grave
que afecta a millones de ciudadanos americanos, gente a la que conocemos y
queremos. Muchas de esas personas logran superar su enfermedad y llevar vidas
normales. Los alcohólicos pueden ser -y han sido- presidentes de Estados Unidos.
Admiro sinceramente a cualquiera que consiga vencer una adicción de este
género. Tú has reconocido que no puedes controlar el alcohol y que no has
probado una gota desde que cumpliste cuarenta años. Felicidades.
También nos has dicho que solías «beber
demasiado» y que, finalmente, te diste cuenta de que «el alcohol empezaba a mermar
mis energías y podía llegar a enturbiar mi afecto por otras personas». He aquí
la definición de un alcohólico. Esto no te descalifica para ser presidente,
pero requiere que respondas a algunas preguntas, especialmente después de pasar
años ocultando el hecho de que en 1976 te detuvieron por conducir bebido.
3-
¿Eres un delincuente?
En 1999, cuando se te interrogó acerca
de tu presunto consumo de cocaína, alegaste que no habías cometido «ningún delito
en los últimos veinticinco años». Con todo lo que hemos aprendido acerca de
respuestas esquivas en los últimos ocho años, una contestación así llevaría a
un observador lúcido a presuponer que los años anteriores fueron otra cosa.
¿Qué delitos cometiste antes de 1974,
George? “
Extracto 3:
George, tengo una teoría sobre
cómo y por qué te está sucediendo todo esto.
En lugar de ganarte la
presidencia, te la regalaron. Así es como has conseguido todo en la vida. Dinero y apellido te han
abierto todas las puertas. Sin esfuerzo, trabajo, inteligencia ni ingenio, se
te ha legado una existencia privilegiada. En seguida aprendiste que todo lo que
tiene que hacer alguien como tú en Estados Unidos es presentarse. Te admitieron
en un exclusivo internado de Nueva Inglaterra por el simple hecho de
apellidarte Bush. No tenías que ganarte
el puesto: te lo compraron. Cuando ingresaste en Yale, aprendiste que
podías pasarles la mano por la cara a estudiantes con mayores méritos que habían
hincado los codos durante diez años para que los aceptasen en esa universidad.
No lo olvides: eres un Bush.
Entraste en la Facultad de Empresariales
de Harvard del mismo modo. Después de cuatro años erráticos en Yale, ocupaste
la plaza que le pertenecía a otro. Entonces, nos quisiste hacer creer que
habías hecho el servicio militar en la Guardia Nacional Aérea de Texas. Lo que no
dijiste fue que un día te escabulliste y ya no te reincorporaste a tu unidad:
un año y medio de ausencia, según el Boston Globe. No cumpliste con tus
obligaciones militares porque tu nombre es Bush.
Tras varios «años perdidos» que
no aparecen en tu biografía oficial, tu padre y otros miembros de la familia te
regalaron un trabajo tras otro. Por más empresas que arruinabas, siempre había
otra esperándote. Por fin, acabaste como socio propietario de un gran equipo de
béisbol -otro obsequio- a pesar de que sólo aportaste una centésima parte del
dinero. A continuación estafaste a los contribuyentes de Arlington, Texas, para
que te ofrecieran otro donativo: un estadio nuevo de miles de millones de
dólares que no tuviste que pagar. No me extraña que te creyeras merecedor del
cargo presidencial. Como no te lo ganaste, te pertenecía por derecho. No te
culpo por ello, es la única vida que conoces.
La noche de las elecciones,
mientras la balanza electoral se inclinaba a uno y otro lado, declaraste a la
prensa que tu hermano te había asegurado que Florida era tuya. Si un miembro de
la familia Bush lo decía, debía ser cierto. Pero no lo era. Y cuando alguien te
Iluminó con la noción de que únicamente el voto del pueblo puede legitimar la presidencia,
te saliste de tus casillas. Si hubieras confiado en el respaldo de la gente, no
te habría importado que se prosiguiera con el recuento.
Lo que de verdad me asombra es
que te hayas encomendado a la mala gente del gobierno federal para que te
ayudara. Tu lema a lo largo de la campaña había sido: «Mi oponente confía en el
gobierno federal. Yo confío en vosotros, ¡el pueblo!»
Pues bien, pronto descubrimos la
verdad. Tú no confiabas en el pueblo para nada. Te fuiste directo al Tribunal
Federal a reclamar lo que era «tuyo». Al principio, los jueces de Florida no
picaron y alguien te dijo «no», quizá por primera vez en tu vida. Pero como ya
hemos visto, los amigos de papá en el Tribunal Supremo estaban allí para
arreglarlo todo.
En resumen: has sido un borracho,
un ladrón, posiblemente un delincuente, un desertor impune y un llorica. El
veredicto quizá te parezca cruel, pero es que el amor puede ser despiadado.
Y por amor de todo lo que es
sagrado y decente, chico, te animo a que presentes tu dimisión inmediatamente y
restituyas el buen nombre de tu familia todopoderosa. Haz que todos aquellos
que aún creemos que existe una pizca de decencia en el clan nos sintamos
orgullosos al comprobar que un Bush con sentido común es mejor que un Bush
común y consentido.
Atentamente,
MICHAEL MOORE
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