jueves, 2 de septiembre de 2010
Brasil y Venezuela:
Dos
procesos electorales cruciales para Latinoamérica
Por James Petras *
Traducido por Ricardo García Pérez *
Introducción
En América Latina se celebrarán dos procesos electorales que
tendrán una relevancia decisiva para la dirección que adopte la política
económica y exterior en la próxima década.
Las elecciones legislativas
venezolanas del 26 de septiembre determinarán si el Presidente Chávez es capaz
de obtener la mayoría de dos tercios necesaria para continuar con su programa
socialista democrático sin padecer los bloqueos continuos en la tramitación
impuestos por una derecha cada vez más dura.
Brasil, la economía industrial y
exportadora de productos agrarios más poderosa y dinámica de la región, afronta
sus elecciones presidenciales el 3 de octubre.
En ambos países, el electorado
está muy polarizado, si bien en Brasil no se estructura en torno al eje
socialismo-capitalismo.
En Venezuela, la derecha pretende
frenar nuevos procesos de nacionalización de industrias estratégicas, fomentar
la desestabilización promoviendo la desobediencia y el sabotaje de las
iniciativas políticas de base de las comunidades locales e imponer
restricciones al gasto presupuestario en programas sociales e inversiones
públicas. El objetivo estratégico de la derecha es incrementar la penetración
institucional del Ejército, los servicios de inteligencia y las agencias de
«ayuda» estadounidenses con el fin de debilitar las iniciativas de política
exterior independiente del Presidente Chávez y presionar a su gobierno para que
haga concesiones a la Casa Blanca, sobre todo debilitando su apoyo a Irán,
Palestina y, lo más importante, las organizaciones político-económicas
latinoamericanas independientes que excluyen a Washington (MERCOSUR, ALBA y
UNASUR).
Elecciones
presidenciales: Brasil
En Brasil, las elecciones
presidenciales enfrentan a la candidata del Partido de los Trabajadores, Dilma
Rousseff, respaldada por el saliente Presidente Lula Da Silva, contra el
antiguo gobernador del estado de Sao Paulo y abanderado del Partido Socialdemócrata
Brasileño, José Serra. Las etiquetas del partido son irrelevantes, pues ambos
candidatos han fomentado y están proponiendo continuar con políticas de
desarrollo agro-minerales de libre comercio impulsadas por las exportaciones, y
ambos encuentran respaldo entre las élites empresariales y financieras. Pese a
sus vínculos con las élites empresariales y evitando toda clase de
transformación radical (o siquiera moderada) de un sistema de distribución de
riqueza y propiedad de las tierras enormemente desigual, hay diferencias
esenciales que afectarán al resultado: (1) el equilibrio de fuerzas en el
continente americano, (2) la capacidad de los movimientos sociales brasileños
de articular sus demandas con libertad, (3) el futuro de los regímenes de
centro-izquierda de los países vecinos (sobre todo, Bolivia, Venezuela y
Argentina), y (4) los consorcios de capital público y privado para los campos
petrolíferos inmensos recién descubiertos frente a sus costas.
Serra desplazará la política
exterior de Brasil hacia una mayor adaptación a Estados Unidos, debilitando o
rompiendo los lazos con Irán y reduciendo, o incluso eliminando, los programas
de inversiones conjuntas con Venezuela y Bolivia. Sin embargo, Serra no
modificará las políticas comerciales e inversionistas en el exterior en lo que
se refiere a Asia. Serra proseguirá con las políticas de libre comercio de Lula
con la intención de diversificar mercados (salvo donde Estados Unidos define
«amenazas» geopolíticas o intereses militares) y promover las exportaciones de
los sectores agrario y energético-minero. Mantendrá la política de Lula de
superávit presupuestario y ajuste fiscal y de rentas. Es probable que las
políticas sociales de Serra profundicen y ensanchen los recortes de las
pensiones públicas y continúen con su criterio de restricción salarial, al
tiempo que reducen el gasto público especialmente en educación, sanidad y lucha
contra la pobreza. En ese ámbito fundamental que es la explotación de los
nuevos yacimientos de gas y petróleo inmensos, Serra reducirá el papel del
Estado (y su participación en los ingresos, los beneficios y la propiedad) en
beneficio de las empresas petrolíferas privadas del extranjero. Es menos
probable que Serra fomente la concertación con los dirigentes sindicales y que recurra
a una mayor represión «legal» de las huelgas y a la criminalización de los
movimientos sociales rurales, sobre todo los de ocupación de tierras del
Movimiento de los Sin Tierra (MST). En el ámbito de la diplomacia, Serra se
aproximará más a Estados Unidos y a sus políticas militaristas, sin mostrar
apoyo manifiesto a la intervención militar directa. Una señal de que Serra
suscribe el programa de Washington fue calificar al gobierno reformista de
Bolivia de «narco-estado», haciéndose eco de la retórica de Hilary Clinton, en
marcado contraste con los vínculos amistosos entre ambos países durante el
mandato de Lula. Sin duda, Serra rechazará toda iniciativa diplomática
independiente que entre en conflicto con las aspiraciones militares
estadounidenses. La campaña de Rousseff, en esencia, promete mantener las
políticas económicas y diplomáticas de Lula, incluyendo la propiedad pública
mayoritaria de los nuevos yacimientos de petróleo y gas, el desarrollo de
programas de lucha contra la pobreza y cierto margen de tolerancia (aunque no
respaldo) a movimientos sociales como el MST o los sindicatos.
Dicho de otro modo: las
alternativas son dar un paso atrás para regresar a las políticas represivas y
conformistas de la década de 1990, o mantener el statu quo del libre mercado,
la política exterior independiente, los programas de lucha contra la pobreza y
una mayor integración en América Latina.
Si gana Serra, el equilibrio de
fuerzas en América Latina se desplazará hacia la derecha y, con ello, se
reafirmará la influencia y capacidad de acción estadounidense en todos los
vecinos de centro-izquierda de Brasil. Serra seguirá en buena medida los pasos
de Lula en política interior, administrando programas de lucha contra la
pobreza a través de sus funcionarios, toda vez que garantice que el apoyo de
los movimientos sociales a Lula se debilita. Ante unas opciones tan limitadas,
las principales asociaciones empresariales de Sao Paulo respaldan a Serra
(aunque determinados personajes del mundo de los negocios apoyan a ambos
candidatos), mientras que los sindicatos principales están en la órbita de
Rousseff; los movimientos sociales como el MST, que se sintieron traicionados
cuando Lula incumplió su promesa de reforma agraria, hacen campaña «contra
Serra», con lo que apoyan indirectamente a Rousseff. El dicho según el cual
«América Latina va hacia donde va Brasil» tiene algo más que una pizca de
verdad, sobre todo si analizamos el futuro y las perspectivas económicas de
mayor integración para América Latina.
Elecciones
legislativas: Venezuela
La Venezuela de Chávez es la
clave para las perspectivas de cambio social progresista en América Latina. El
gobierno socialista democrático apoya a los regímenes reformistas de América
Latina y el Caribe, y con su gasto público ha consolidado avances pioneros en
el ámbito de la salud, la educación y los subsidios alimentarios para el 60 por
ciento de los sectores más pobres de la población.
Pese a la inmensa popularidad de
Chávez durante toda la década y a los innovadores programas de redistribución y
cambios estructurales progresistas, hay un riesgo evidente e inminente de que
la derecha realice progresos significativos en las elecciones legislativas
venideras.
El Partido Socialista Unido de
Venezuela (PSUV) encabezado por el Presidente Chávez tiene en su haber seis
años de una tasa de crecimiento elevada, un aumento de la renta y un descenso
del desempleo. En su contra juegan los 18 meses de recesión en curso, una tasa
de inflación y criminalidad muy alta y unas restricciones presupuestarias que
limitan la implantación de programas nuevos.
Según los documentos de la
agencia oficial de ayuda exterior estadounidense, en la precampaña electoral
venezolana Washington ha depositado más de 50 millones de dólares en las arcas
de una oposición controlada por los «frentes» políticos y de ONG que fomentan
los intereses estadounidenses, centrándose en la unificación de facciones
opositoras enfrentadas, subvencionando al 70 por ciento de los medios de
comunicación privados y financiando a organizaciones comunitarias controladas
por la oposición en los barrios de clase media y baja. A diferencia de Estados
Unidos, Venezuela no exige que los destinatarios de fondos del exterior que
actúan en nombre de una potencia extranjera se den de alta como agentes
extranjeros. La campaña de la derecha se centra en la corrupción gubernamental
y el tráfico de drogas, una orientación inspirada por la Casa Blanca y The New
York Times, que se olvidan de señalar que el Fiscal General de Venezuela ha
anunciado la apertura de procesos judiciales contra 2.700 casos de corrupción y
17.000 casos de tráfico de drogas. La oposición y The Washington Post indican
que el sistema de distribución estatal (PDVAL) no consigue dar cauce adecuado a
varios miles de toneladas de alimento, lo que hace que se estropeen y acaben en
la basura, pero no cuentan que tres antiguos directores están en la cárcel y
que el ministerio de alimentación suministra en el país un tercio de alimentos
básicos para el consumo a unos precios que llegan a ser un 50 por ciento más
bajos que en los supermercados privados.
Sin duda, la derecha realizará
progresos significativos en las elecciones legislativas, sencillamente porque
parten de una situación inicial baja, su suelo, puesto que boicotearon las
últimas elecciones. No es probable que su campaña contra la corrupción arrolle
a la mayoría que apoya a Chávez, puesto que su anterior abanderado, el ex
Presidente Carlos Andrés Pérez, fue condenado por un fraude de miles de
millones de dólares y por apropiación indebida de fondos públicos. Los
gobernadores y alcaldes opositores también han sido acusados de fraude y
malversación de fondos y se refugian en Miami. Sin embargo, aunque la mayoría
de los votantes considera que Chávez es honrado y está limpio, no se puede
decir lo mismo de algunos cargos públicos de su gobierno. La pregunta es si los
votantes van a reelegirlos a pesar de sus antecedentes con el fin de apoyar a
Chávez, o si se van a abstener. La abstención nacida del desencanto, y no de un
giro electoral a la derecha, es la mayor amenaza para una victoria decisiva del
PSUV.
En la carrera hacia las
elecciones legislativas, el PSUV celebró unas primarias en las que muchos
consejos comunales eligieron a candidatos locales y populares frente a los
escogidos por los sectores oficialistas. Será revelador ver si los candidatos
de la base obtienen mejores resultados que los escogidos «desde arriba». Una
victoria de los primeros fortalecerá los sectores socialistas del PSUV en
contraposición a los moderados.
El proceso electoral está muy
polarizado siguiendo demarcaciones de clase social, según las cuales la mayoría
de las clases más bajas respaldan al PSUV y las clases medias y altas apoyan
casi uniformemente a la derecha. Sin embargo, hay un sector significativo entre
los más pobres y los sindicatos que está indeciso y no muy motivado para votar.
Tal vez decidan el resultado final en distritos electorales esenciales, y allí
es donde la campaña se recrudece. Para la victoria electoral del PSUV es clave
si los sindicatos, los comités de las fábricas gestionadas por los trabajadores
y los consejos comunales van a hacer un esfuerzo importante para aplacar a los
votantes más reticentes y que voten a candidatos izquierdistas. Hasta los
sindicalistas militantes y las organizaciones de base de trabajadores se han
centrado visiblemente en disculpar (asuntos salariales) «locales» o
«economicistas» o en ignorar las cuestiones políticas más generales. Su voto y
su actividad como líderes de opinión encargados de mostrar «la panorámica
global» son fundamentales para vencer la inercia política e, incluso, el
desencanto hacia algunos candidatos del PSUV.
*Para Rebelión
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